Diario de León entrevista al periodista berciano, Luis del Olmo.
Cambió para siempre el modelo radiofónico, introduciendo un prototipo periodístico que los demás adoptaron. Por su contribución al mundo de la comunicación recibe hoy, junto a personalidades como Plácido Domingo, Julia Gutiérrez Caba o Jorge Edwards, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, una distinción que agradece como la culminación a una carrera en la que, asegura, ha tenido que soportar caminos duros y otros emocionantes. «Lo tomo como la culminación de mi vida profesional, como un premio que ha sido una sorpresa que no me esperaba y que está amparado por un rey sabio».
—¿Cómo se gestiona el éxito? y, sobre todo ¿De qué manera se piensa y se vive cuando ya se ha conseguido todo?
—El éxito se gestiona sin creérselo del todo porque si uno se cree en algún momento que es una estrella, lo que de verdad ocurrirá es que se estrellará. Cuando comenzaba el programa siempre era consciente de que la audiencia podía escaparse. Además, creo que nunca se consigue todo y es bueno que sea así.
—¿Alguna vez, a lo largo de su vida, tuvo vértigo por lo que iba logrando?
—Cada mañana, un minuto antes de entrar en antena, sentía una emoción especial y al terminar cada programa tenía la sensación del alpinista. Bajaba de la montaña, pero conservaba la experiencia de los paisajes maravillosos que había podido contemplar. Eso puede llamarse vértigo.
—Sísifo, subiendo la piedra y bajando a por ella una y otra vez…
—Sí, siempre tienes que ser consciente de que siempre tienes que seguir subiendo, que la escalada no termina nunca.
—En una ocasión, José Hierro me dijo que la diferencia entre los jóvenes y los ‘viejos’ es que éstos saben que en 30 años no vivirán. ¿Qué perspectiva aporta la cercanía del gran salto?
—Me hablas de 30 años… Yo firmaría si se me concediesen 20 más. Me gustaría que me llevaran a descansar junto a mis padres, y poder ver la nieve desde aquel lugar… Mientras se vive, no hay que pensar en la ausencia de la vida, aunque seamos conscientes de lo efímera que es. Yo siempre tengo presente al clásico, Carpe diem, que decía el poeta romano Horacio. Creo firmemente que no hay que malgastar el día, que debemos aprovecharlo siempre, y eso es lo que estoy haciendo.
—Usted es un pionero del periodismo. Abrió caminos que después otros utilizaron para hacer avanzar la profesión. En los últimos años, el oficio está un poco perdido. ¿Cuáles cree que son los principales retos y los peligros a los que nos enfrentamos?
—Me preocupa mucho la banalidad de los contenidos. Eso se une, además, a la ausencia de coraje y a la falta de rebeldía.
—¿Qué periodistas siguen siendo un referente a su modo de entender?
—Tengo un cariño especial a Iñaki Gabilondo. Fuimos rivales encarnizados, pero desde el punto de vista personal le considero casi un hermano. También valoro muchísimo a Carlos Herrera que, como sabes, comenzó conmigo. Le he visto crecer como profesional y hacerse grande. Hace unos días, con motivo del Día de la Radio, tuvimos la ocasión de encontrarnos en esa casa común y fue algo muy hermoso.
—¿Cree que con la llegada de las redes sociales y la información instantánea, el periodismo ha perdido credibilidad?
—El periodismo no ha perdido credibilidad. Hoy en día, lo que ocurre es que un periodista puede servirse de las redes sociales y puede que su voz se vea apagada por el fanatismo del ruido que muchas veces impera en ellas, pero creo firmemente que se trata de un lugar sin recorrido, que desaparecerá.
— ¿Cómo puede el periodista trabajar en un mundo en el que millones de ciudadanos prefieren informarse a través de opiniones y no de hechos?
—No es fácil, pero creo que, al final, las opiniones vuelan y los hechos se quedan, permanecen. Por eso, aunque parezca lo contrario, apoyarse en rumores y falsedades tiene una vida muy corta.
—¿Cree que nos acercamos a un regreso del fascismo? Lo digo, por ejemplo, por detalles como que a la mayoría no le interese tanto la verdad como la verdad que les interesa, por expresiones como la de ‘los hechos alternativos’.
—Te veo muy pesimista. Yo creo que no. Lo que sí es verdad es que estamos sufriendo el vendaval de la demagogia alimentada por el populismo, que nutre a la masa descontenta. Todo ello, es cierto, lleva a que las opiniones se radicalicen y parece que cada vez las posturas están más cerca de la intransigencia y el fanatismo. Pero creo, de verdad, que la razón, al final, siempre impera.