E-health, e-learning, e-commerce, e-shopping, e-banking…
La digitalización ha entrado de lleno en nuestras vidas, y lo ha hecho para quedarse. Compramos online, aprendemos en red, viajamos virtualmente, nuestros médicos tienen acceso a distancia a nuestro historial clínico, y podemos operar con nuestro banco a través de diferentes tipos de dispositivos móviles. Alrededor de la mitad de los 7.000 millones de usuarios de teléfonos móviles del mundo disponen de acceso a banda ancha y, por tanto, a innovadoras aplicaciones de comunicación, ocio –deporte, música- o geolocalización, que aportan más o menos valor.
Es obvio, por tanto, que Internet y las Tecnologías de la Información y Comunicaciones (TIC) se han integrado, de modo natural, en nuestra cotidianeidad, haciéndonos la vida un poco más fácil tanto desde la perspectiva profesional como personal. Si bien hemos cedido algo de privacidad, concediendo al irreductible fenómeno tecnológico una especie de bula a través de la cual permitimos que nos geoposicione en el espacio; que traspase la barrera de los datos de nuestra cuenta corriente para pagar nuestras compras mediante NFC (Near Field Communications) o que nos exponga potencialmente a la vista de millones de personas, a través de las redes sociales (Twitter, Facebook, etc) o de blogs, también resulta la herramienta perfecta a la hora de identificar nuevas oportunidades de negocios o de poner a disposición de millones de potenciales clientes productos y servicios.
Los smartphones, tabletas o PC`s, en colaboración con las cada vez más veloces redes de comunicaciones, han abierto una ventana a un mundo cada vez más rico en posibilidades, más interconectado y, al tiempo, más abarcable. Con solo un click podemos acceder, por ejemplo, a información útil: el tiempo en nuestra ciudad, localización de farmacias de guardia, de restaurantes o aparcamientos con plazas libres en la zona en la que estamos; emprender un viaje virtual por un país lejano; entablar conversaciones por distintos canales con nuestros familiares y amigos; o jugar al ajedrez o al trivial con adversarios residentes en las antípodas.
Tampoco podemos renunciar ya a leer la prensa, a escuchar buena música online, a ver películas en red o releer libros en formato electrónico, en cualquier momento y lugar. Un sinfín de utilidades que, al final, traen consigo nuevos modos de vida, de relación y comunicación entre las personas y, por supuesto, también entre éstas y las máquinas (M2M) y las compañías, que con el concurso de las nuevas tecnologías han descubierto una vía adicional para captar nuevos clientes, fidelizar a los existentes y, en definitiva, incrementar sus ventas.
Pero las ventajas de la innovación tecnológica no terminan ahí. La popularización de la tecnología ha permitido además que las personas puedan trabajar sin necesidad de estar atados a un puesto fijo, o realizar gestiones online con la Administración Pública desde la propia casa, evitando desplazamientos y esperas o gastos innecesarios.
Son muchos los sistemas, dispositivos, herramientas o aplicaciones que hacen más fácil la vida de las personas en pleno siglo XXI. Si hubiera que destacar una categoría de aplicaciones que más favorecen el desarrollo de la calidad de vida de las personas y que, en mayor medida, se ha popularizado en los últimos años han sido las relacionadas con la telemedicina (e-health), una disciplina importante para la prevención, seguimiento, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades de los pacientes. Con el simple uso de redes de comunicaciones y de sistemas de gestión de información y bases de datos en las que reside el historial clínico de los usuarios del sistema de salud, es posible que los doctores y especialistas puedan contrastar opiniones entre sí, e incluso con sus homólogos de otros países con el fin de ofrecer el mejor diagnóstico y tratamiento a los enfermos.
La formación online y las smart cities son otras de las aplicaciones tecnológicas, todavía con mucho recorrido. Mientras que el e-learning permite extender el conocimiento reduciendo el coste de los cursos y amplificando las posibilidades de seguirlos, las ciudades inteligentes están llamadas a optimizar recursos y mejorar la calidad de vida de las personas. Estas ciudades del futuro operan a través de miles de dispositivos –cámaras, sensores, móviles-, que comunican en tiempo real qué sucede alrededor, ofreciendo información relativos a avisos metereológicos, de tráfico, frecuencia de transporte público, nivel de llenado de contenedores de basura, niveles de ruido, o de contaminación ambiental… preservando en la medida de lo posible el medioambiente, y apostando por un desarrollo sostenible.