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La credibilidad y honestidad del periodismo está en entredicho. Los ciudadanos encuestados por Metroscopia confían más en los periodistas que en los diputados del Congreso (85% de reprobación) o en los banqueros (84% de desconfianza), pero menos que en policías, abogados o profesores y personal sanitario.
La credibilidad del periodismo tiene una relación directa con la calidad democrática, gravemente dañada, urge una ofensiva para recuperar la confianza de la ciudadanía. El sectarismo político, que debe distinguirse de una transparente posición editorial, ha contaminado como nunca a la mayoría de la prensa y los medios digitales: la pobreza de las ideas y posiciones políticas malbarata también la calidad de sus propagandistas.
Tanto que incluso las exclusivas y triunfos periodísticos, como los del caso Bárcenas, denuncias de corrupción y otros temas de estos últimos meses no provocan un cambio de actitud suficiente en el público.

En 2010 los estudios del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) otorgaban a los medios de comunicación mayor credibilidad que a los partidos, gobiernos y a la mayoría de las instituciones, pero ya por debajo de otras profesiones y sectores. Al año siguiente, los barómetros del CIS (datos en la tabla adjunta) repetían prácticamente esa opinión sobre los medios, aunque con un ligero ascenso en la confianza.
La televisión, siempre muy por debajo de los diarios en credibilidad, se desacredita sobre todo con el sensacionalismo. El deterioro de los telediarios públicos, especialmente de TVE, acentúa la erosión de la confianza en los medios por su enorme impacto de audiencia y clima informativo general.
La mayoría de los medios sufren además un problema crónico de información parcial y sesgada, inundada y rodeada del exceso de opinión que es desde hace años una losa tanto en la calidad como en la credibilidad de los medios.

Un panorama preocupante (más datos de Metroscopia 2012 en el gráfico) al que se suman algunos elementos más que en mi opinión acaban de minar la confianza en el periodismo.
El primero es la falta de implementación de herramientas sociales, institucionales y técnicas para la transparencia. Los defensores del lector y las cartas no son suficientes en la era del tiempo real y los medios sociales. La gestión de los comentarios, la interactividad con los periodistas, la facilidad para la réplica, el contraste o la corrección de las informaciones son indispensables.
Como lo son también dos viejas tradiciones que se han perdido en la mayoría de los casos: la publicación periódica (al menos cada año) de los principios editoriales para que los lectores puedan comprobar su respeto o no por cada medio, y la publicación clara de los intereses económicos o mediáticos de cada medio o grupo.
El otro factor de pérdida de credibilidad permanente es la falta de legibilidad e inteligibilidad de muchas informaciones, sobre todo las de la información dura: política, economía, legislación, negocios, etc. pero también otras hard news como la ciencia, el medio ambiente y muchos problemas sociales.
La confusión de opinión e información está en el embrión del descrédito y es una de las mayores causas de la falta de interés y entendimiento de la audiencia.
A la confusión por la opinión se suma el mal estilo, la peor redacción, la falta de fuentes identificadas y la mala explicación de muchos acontecimientos y testimonios que a menudo desorientan al público en lugar de ofrecer una idea clara, cabal y práctica de lo acontecido. Resultado: el abandono del interés por las noticias y el aumento del recelo sobre el periodismo.

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